lunes, 8 de mayo de 2017

La muerte de mi pantalón azul

Ayer, 7 de mayo de 2017, mi pantalón corto azul decidió romperse. Su complexión era sencilla y perfecta para su uso, 55% lino, 45% viscosa tenía un elástico cómodo en la parte superior, sus bolsillos útiles en la parte de adelante rellenados de tela blanca y atrás los bolsillitos meramente estéticos con un botón en medio. Me quedaba perfecto. Sueltecito de manera justa, su largo era más arriba de la rodilla, pero no tan arriba como las otras muchachas lo usan. Fue comprado con el fin de acompañar a mis trajes de baño y todos sabemos que cuando uno se engancha el traje de baño es que se avecina una aventura. Él trepó conmigo las cascadas de Naguabo y Adjuntas en múltiples ocasiones. Fue a las playas del área metropolitana innumerables veces. Incluso me acompañó a un recorrido en lancha por el Caño Martín Peña que hice con unos compañeros de la universidad. También me acompañaba en los días de pereza en casa, porque él era lo más cómodo del mundo. Lo usaba para todo. Mi pantaloncito ya estaba dando indicio de que quería romperse, tenía un huequito diminuto en la parte de atrás del muslo izquierdo que a penas se veía. Yo, como toda persona que evade la muerte de lo que quiere, ignoré eso y seguí usándolo como si nada.

Ayer fui con mi amigo Rey a Mar Chiquita, una playa en Manatí rodeada de rocas que sirven de rompeolas. La playa tiene forma de abanico de mano y yo quise nadar hasta el clavillo, que es por donde se cuelan las ondas formadas por el viento en la superficie del agua salada. Sospecho que en esa nadada mi pantalón llegó a su fin. Hablaba pendejases con Rey ya en la orilla y manoseándome bajo el agua sentí una hendidura que cubría mi nalga izquierda de norte a sur. Me reí en ese momento, pero por dentro quería llorar. De momento me imaginé en una tienda midiéndome pantalones cortos sin tener éxito. Encontrarle un suplente a un pantalón aventurero no es cosa fácil. No podía creer que se había rajado sin que me diera cuenta. Al menos el consentido de mi armario murió en una buena andanza y lo más importante, en medio del momento cumbre del baño de sal. Lo único que espero es que las valquirias de la tela ya lo hayan reclamado y que ahora se encuentre en el Valhalla de los pantalones.

Descansa en paz, mi querido.

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